José María Sánchez Carrión
Dr. Ingeniero Naval
Socio de Honor de la Asociación de Ingenieros Navales
Académico de número de la Real Academia de la Mar
Presidente de la Fundación ingeniero Jorge Juan
3 Diciembre 2018 - Post nº 15
Uno de los problemas que hubo que resolver entre los académicos y nuestros ilustrados tenientes de navío fue la adopción de la unidad de medida en la que se entregarían los resultados. Los franceses preferían la toesa de París, constante en toda Francia y los españoles, por el contrario, preferían la vara. La dificultad de la elección de la vara[1] presentaba tres problemas adicionales: a) que su longitud no era constante, b) que dependía del valor del codo[2] y c) que este tenía una longitud diferente, por ejemplo. La longitud de la vara castellana era de tres codos de Burgos.
Patrón de una toesa de París equivalente a 1,949 m.
Para La Condamine esa amalgama de unidades era un síntoma del retraso científico y académico en que se encontraba España y de su incipiente y tímida ilustración. Se acordó por tanto, que se realizarían en dos grupos y que los resultados se darían en toesas de Perú[3], previa construcción de dos nuevas toesas porque entendía que las grandes variaciones de temperaturas extremas, humedad y fuertes vientos desaconsejaban el empleo de la toesa de Chatelet que sirvió para construir los patrones, ya que podrían afectar a su exactitud y por eso la llamaron la toesa del Perú, para justificar posibles desviaciones en sus resultados.
Para que la operación fuera ejecutada con esmero, emplearon (..) con escrupulosidad científica, cuantas precauciones les parecieron necesarias a fin de evitar error: la toesa de hierro, traída de París (que) era conservada a la sombra bajo una tolda de campaña, para que la acción del calor no pudiera influir sobre ella; para emparejar las perchas, no dejaban de la mano el nivel y la plomada, ajustándolas de modo que no hubiera lugar ni a fracciones mínimas en la medida total de la base[4].
Sobre esas condiciones extremas, Larrie D. Ferreiro, dice refiriéndose a Bouguer que “en las montañas más altas del mundo”[5] trabajar y escribir su Traité du Navire, que se publicaría 1746[6], el “dentro de su tienda de campaña, encaramado en un estrecho pico peruano, con el viento huracanado por fuera y cortinas de lluvia helada …. calentado por pequeño fuego de carbón, escribiendo a la luz de una vela parpadeante”[7].
Cuando se acabaron las observaciones en Cuenca, por decirlo de alguna manera y porque desde allí se inició la diáspora, se dieron como resultados los siguientes: Bouguer 56.747 toesas, La Condamine 56.749, Godín 56.770 y Juan había calculado como la amplitud del arco igual a 3º26´52“, y que la longitud del grado en 56.767 788 toesas o 132.203 varas de Burgos[8]. Es decir, el resultado de Jorge Juan era superior a los resultados de La Condamine y Bouguer e inferior a Godín.
A pesar de los desprecios y desplantes que Juan y Ulloa tuvieron que soportar por la prepotencia de La Condamine y de Bouguer, el primero, aunque reconocía la exactitud con que Juan se acercó a sus resultados definitivos (menos de 18 toesas[9] (0,3172 %), no aceptó su consistencia porque se basaban en principios distintos empleando patrones diferentes. El segundo fue mucho más duro en sus críticas, al que catalogó como un “joven, pero muy inteligente oficial” que carecía de rigurosidad precisión en sus mediciones y cálculos posteriores ya que solamente empleaba seis cifras decimales de logaritmos.
El conocimiento sobre la forma de la Tierra era una constante inquietud de los pueblos civilizados ya desde los babilonios y los egipcios[10].
En la Academia de Platón era esencial el conocimiento de las matemáticas para comprender las Formas (y por tanto la realidad). Se exigían diez años de estudio de matemáticas para entrar en la Academia[11], advertencia que se indicaba en el ditel de la puerta “que no entre nadie que no conozca la geometria[12]” y la obligación de hablar solo de “matemáticas, astronomía, el Uno y el Límite” [13].
Ocho siglos después, Eratóstenes de Cirene, director de la Biblioteca de Alejandría y que al parecer escribió un Tratado sobre la medida de la tierra, observó que en Asuán (32º 53´59” N) el sol llegaba al fondo de un pozo, mientras que, en Alejandría (29º 55´0” N) un obelisco arrojaba sombra. Con esta observación y con solo palos, pies, ojos y cerebro[14] calculó que el ángulo de incidencia de los rayos era de 7º 12m (0,1256 rad). A pesar de sus hipótesis estaban equivocadas cuando afirmaba que Asuán y Alejandría estaban en el mismo meridiano distantes 5.000 estadios de Olimpia y que los rayos serían como radios de una esfera (tierra) calculó que el radio de la tierra era de 29.809 estadios, es decir 6.290 Km[15], lo que supone su error del 1,8 % con respecto a la dimensión que ahora damos por válida.
Para centrarnos en nuestra historia o avanzamos 1986 años o retrocedemos 282 años para situarnos en aquel 26 de mayo de 1736 en el que Asaldo, el presidente de la Audiencia[16], y los notables de la población recibieron en Quito con todos los honores a Godín, Juan y Ulloa[17]. Con posterioridad lo hizo La Condamine el 4 de junio y Bouguer lo haría seis días después, La Condamine en tan lamentable aspecto que se encerró en el colegio de los jesuitas hasta no disponer de ropa adecuada. La Condamine establece que Bouguer vivía con un famoso abogado comisionado por la Inquisición llamado José Sánchez de Orellana, emparentado con el Marquesado de Solanda.
Reencontrados los expedicionarios siguen con sus controversias y aumentan sus reproches, principalmente por la denuncia a Godin de haber despilfarrado gran parte de los caudales asignados, lo que provoca una demora en los inicios de los trabajos. Para resolver el problema de liquidez, una vez que los franceses habían vendido sus pertenencias personales y que Araujo no iba a proporcionar más fondos, La Condamine decidió que había que ir a Lima a negociar las cartas de crédito.
Entre los académicos La Condamine era el más adinerado, ya que de forma inexplicable pero fortuita, traía consigo muchos artículos caros y superfluos, como botones, sedas y joyas[18] y que a través de un intermediario y en una tienda dentro del propio seminario de jesuitas pudo vender estos artículos a la élite de Quito para sentirse un poco limeños, Alsado compró sábanas finas, Ramón Maldonado compró diamantes y esmeraldas para su esposa, su hermano Pedro Vicente Maldonado compró un juego de cucharas de plata y oro entre otras cosas y compradores. Para el 18 de enero, La Condamine había logrado reunir fondos suficientes para su viaje, por lo que partió para el viaje por tierra de dos meses a Lima, presumiblemente con su sirviente y esclavo que había comprado en la Martinica.
La Condamine ya había decidido que dos vértices del último triángulo estarían en Cuenca, por lo que creyó conveniente analizar el terreno y viajar por tierra en lugar de hacerlo por la ruta más rápida de un barco desde Guayaquil. Estaba decidido a explorar el extremo sur de la cadena de triángulos prevista, que la expedición planeaba terminar en Cuenca. En su caminar investigó algunas ruinas incas y, lo más importante que encontró por la región de Loja fue el árbol de chinchona, cuya corteza era la fuente de la quinina. Con Jussieu pasó tres días a principios de febrero recorriendo con dificultad la campiña montañosa de Loja y reuniendo información de los coleccionistas locales sobre el llamado árbol de la fiebre, antes de continuar hacia el sur.
Al llegar a Lima el 28 de febrero la encontró bajo una espesa neblina costera, garúa le llaman los lugareños, que la cubría durante meses. La ciudad es seca y polvorienta, apenas llovida y hacía honor a su nombre Lima siempre verde y muy accidentada. Tenía, La Condamine, grandes esperanzas en negociar rápidamente sus cartas de crédito y convertirla en moneda fuerte, que parecía ser abundante en Lima, pero pronto se desengañó porque no había un peso en la ciudad. Todo el dinero acuñado con la extracción de aquel año se había enviado Panamá a través de Callao.
La Condamine habló con Thomas Blenchynden, el principal agente en Panamá de la Compañía del Mar del Sur, que tenía el monopolio británico del comercio que era la América española y en aquel momento disponía de efectivo. En una rápida operación alcanzaron un acuerdo por el cual, contra la carta de crédito que poseía La Condamine de 100.000 libras, le entregó otra por 60.000 que se convirtieron en 12.000 pesos.
Con las cartas de Marguerite-Thérèse Colbert de Croissy, duquesa de Saint-Pierre y hermana del ministro de Asuntos Exteriores
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