Jorge Juan y Antonio Ulloa. Bendito Meridiano (4). Estancia en Quito

BLOG - 10-09-2018

Jorge Juan y Antonio Ulloa. Bendito Meridiano (4). Estancia en Quito

José María Sánchez Carrión

Dr. Ingeniero Naval

Socio de Honor de la Asociación de Ingenieros Navales

Académico de número de la Real Academia de la Mar

Presidente de la Fundación ingeniero Jorge Juan

 

10 Septiembre 2018 - Post nº 12

 

1. Enemistad entre criollos y españoles

Si hablásemos como el ecuatoriano Federico González Suárez diríamos que en tiempos de La Colonia, bajo el gobierno de los reyes de España y en la presidencia de Dioniso Alsedo, las provincias de la Audiencia de Quito se encontraban inmersas en una pobreza y miseria casi irremediables. La mayor parte de la propiedad territorial estaba en manos de las comunidades religiosas (principalmente jesuitas) y de propietarios seculares, aunque eran pequeñas comparadas con las de los religiosos. De los cuatrocientos establecimientos que llegó a tener, en 1724 apenas quedaban unos sesenta. De las escasas rentas que se obtenían había que enviar 42.375 pesos a Cartagena y Santa Marta para el sostén de la guarnición militar. Los precios de las casas y establecimientos sufrieron una, diríamos hoy, burbuja inmobiliaria y bajaron su precio más del cincuenta por ciento y aun así no se realizaban operaciones inmobiliarias[1].

Alsedo, con ciertos conocimientos de ingeniería civil, emprendió reformas en los conventos de las comunidades religiosas. Reparó los dos puentes, uno de ellos el de la calle San Francisco a la Merced, construido en tiempos de la conquista y desaparecido con el terremoto de 1714. Implicado personalmente acometió su reconstrucción, dibujó el plano y dirigió las obras, se dice que dedicaba más de cuatro horas diarias al seguimiento de las obras.

Alsedo dibujó el primer plano en colores de Quito, que se conserva en el AGI y que se reproduce en la cabecera. Posteriormente La Condamine, Juan y Ulloa firmaron sendos planos que se diferencian simplemente en la lengua en la que están escritos títulos y comentarios.

Cuando los españoles llegaron a Quito, aquel frío 29 de mayo de 1736, reflexionaban y hacían un balance del año desde que habían salido de Cádiz. Dice Ulloa que:

“solo fue vencer las dificultades del viaje y ponernos el país donde se había de planificar las obras que llevamos encargados, no pequeño logro donde mediaba una distancia tan grande y tanta variedad de climas”

A su llegada Alsedo les había preparado su alojamiento provisional en Palacio de la Audiencia donde en los primeros tres días fueron visitados por el Obispo, Oidores, Canónigos, Regidores, así como por toda la nobleza y personas importantes que querían expresar sus muestras de urbanidad.

Dedicaron, con Godín, esos días de espera al resto de franceses, a localizar y medir un terreno donde se fijaría la base de los triángulos. La Condamine por el río Esmeraldas, gobierno de Atacames, llegó el 4 de junio y Bouguer por el mismo camino que ellos por Guaranda, seis días después. La Condamine se alojó en el convento de los jesuitas, donde se encerró durante unos días a la espera de sus ropas que habían sido robadas en su camino por el río Esmeraldas.

En 1737 ya había acabado el periodo de ocho años de Alsedo y mandaba Araujo, pero el primero continuaría retenido en Quito hasta que el Consejo de Indias no resolviera el contencioso interpuesto contra Araujo, visto en otro lugar, hasta que ya absuelto salió de Quito por el camino de Parto y Popayán, para embarcar en Cartagena de Indias rumbo a la península, habiendo recorrido unos 1.780 km en total en las tres etapas: Quito a Costa 350 Km, Costa a Popayán 250 y Popayán a Cartagena 1.180 km. González Suárez con su proverbial parcialidad dice en su obra citada:

Satisfecho y ufano don Dionisio se alejaba para siempre de Quito; pero la colonia quedaba ardiendo en el fuego de la discordia, que el mal aconsejado presidente y dos poco discretos jesuitas, en mala hora, habían prendido. Los quiteños no se olvida, que el padre Hormaegui, compadre de Alsedo, había estado oculto tras las cortinas de la recámara del presidente, escuchando las conferencias secreta de éste con los miembros del Ayuntamiento”.

La división entre criollos y españoles crecía por momentos, alentada y atizada, dice González Suárez, por las injusticias del fiscal Juan de Balparda, que se cansaba de decir criolli nunquam boni y sentenciaba, sin leer los alegatos, a favor de los españoles[2].

Los tenientes de navío fueron invitados todos los días en casa del Fiscal a comer y hablar sobre Quito y sus gentes. Dice González Suárez que los jóvenes marinos se dejaron influir de forma funesta por las opiniones de Balparda.

El autor ecuatoriano cae en lo mismo que criticaba al fiscal, al desprestigiar a los criollos y él lo hace con los marinos españoles a los que pone de vuelta y media cuando dice:

Ambos jóvenes, ambos de carácter vivo y, sobre todo, envanecidos con la honrosa comisión que el Rey les había confiado. (..) el conocimiento de las matemáticas y de las ciencias físicas era entonces en la colonia casi ninguno; y, aunque los dos jóvenes españoles (..) no eran profundos conocedores de aquellas materias, con todo recibieron manifestaciones de aprecio y hasta admiración por parte de los quiteños (..) los criollos, siempre propensos a la lisonja y a la adulación para con los europeos, competían en alabanzas a los dos marinos, de este modo (..) (exigían) toda clase de atenciones y miramientos de cuantos trabajaban con ellos”.

Desconozco los conocimientos físicos y matemáticos para desdeñar los conocimientos de Juan y Ulloa y, en el post titulado “Proceso a Juan y Ulloa en Quito”, se analiza lo que puede dar de sí el cambio de un simple tratamiento al quedarse en un “señoría” cuando el interlocutor espera un “vuecencia”, así como la historia que contó a Patiño, el protagonista principal Antonio Ulloa o la que relata el presbítero ecuatoriano González Suarez en 1894.

Hasta 1738 en los trabajos de triangulación no se alejaron mucho de Quito y ordinariamente se alojaban en las tiendas que los españoles traían desde Panamá, pero en Pichincha tuvieron que vivir en chozas tan pequeñas que apenas cabían en ellas, continuamente recubiertas de hielo.

 

2. Incidente en Cuenca

De todas formas, no es aventurado deducir que sin este malestar creciente entre la población no se hubiese producido el tumulto contra los expedicionarios en Cuenca[3], distante unos 450 Km. de Quito[4]. El suceso ocurrió el 29 de agosto de 1739 cuando el cirujano Jean Seniergues muriera en la plaza de toros del barrio de San Sebastián en manos de algunos morlacos como se denominaban los cuencanos, ciudad de unos 25.000 habitantes que fue junto con Quito la ciudad más visitada, situada casi en la zona equinoccial y a unos 3º al sur de Quito.

En la “Relation abrégée d´un voyage fait dans l´intérieur de l´Amérique méridionale depuis la côtes de la Met du sud jusqu´aux côtes du Brésil & de la Gyane en descendant la riviére des Amazonas”[5] de La Condamine se encuentra el grabado, que se reproduce, de la Plaza de Toros del barrio de San Sebastián en Cuenca, al parecer realizado por un personaje cercano a los académicos, posiblemente el mismo La Condamine. En la parte baja izquierda se señalan los nombres de algunas autoridades y a la derecha los de algunos lugares del Corregimiento de Cuenca[6].

Por su importancia vamos a reproducir algunos párrafos de J.L. Espinosa:

1. La vestimenta con sombreros de tres puntas, camisa con mangas brocadas, pantalones hasta la rodilla, chaquetas ¾ con abertura y botonera en la parte posterior y botines.

2. Los cuencanos usaban largas caballeras y portaban la espada al cinto

3. Los curas llevan sotanas bajas y capa larga por los hombros, sombreros de fieltro y copa corta.

4. En el alboroto se aprecia el uso de las lanzas o de Las Cañas, juego con el que se iba a participar durante la corrida.

5. La iglesia que puede reconocerse, se dice, que corresponde a la de la Compañía de Jesús donde fue enterrado el cirujano francés.

Volviendo al tumulto, González Suárez señala que la cercanía con los oficiales españoles con los que andaba hizo que su carácter cortés y tolerante se volviera arrogante y con destemplanza. A pesar de llevar solo diez meses en Cuenca, se encariñó con Manuela Quesada:  

De no muy honesta reputación (..) hermosa de rostro, comedida e insinuante (..) de condición social más humilde que elevada (..) que ya había correspondido con un joven noble (llamado Diego León, quien a pesar de estar ya desposado y Manuela) no podía dominar el resentimiento que le causaba el haber sido abandonada y pospuesta.

El 29 de agosto de 1739 se organizó una corrida de toros que debería durar cinco días. Quesada levantó un palco para toda la familia y allí estaba el cirujano con su Manuela. Antes de empezar la corrida se fingían duelos entre enmascarados y entre ellos, con capa grana, estaba el padre de Manuela, fingiendo tan bien un duelo que parecía real. Seniergues bajó del palco y terció combate con su espada desnuda.

Los espectadores creyeron que el francés maltrataba a los enmascarados y unos pidieron al alcalde, Sebastián Serrano, que hiciese que el corregidor, Matías Dávila y Orduña, lo echara de la plaza, otros dijeron que cómo se le permitía tal ofensa a un extranjero y otros vociferaban simplemente contra Seniergues. Juan, al que creían jefe del francés, no pudo contenerla. Este bajó del palco e hizo frente a los amotinados amenazando herirlos son su sable o disparar con su pistola. Le empiezan a llover piedras y una de ellas, al parecer lanzada por Manuel Velasco, alias Allcurrucu (perro viejo) le hace soltar la espada, por lo que huye, pero la gente le hiere con sus picas y el cuitado tropieza y cae. Acuden los académicos a recogerlo y, medio muerto, lo llevan en una manta a casa de La Condamine y allí muere cinco días después.

Los amotinados gritaban ¡Viva el Rey! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los franceses! como signo de repulsa al corregidor por proteger a un extranjero francés insolente. El desdichado fue enterrado, como ha quedado dicho, en la Iglesia de los Jesuitas. El suceso fue juzgado por la Audiencia de Quito y La Condomine, ya en París[7], aprovechó el asunto para atacar a Godín y menoscabando a las autoridades y al pueblo de Cuenca, que como es natural habiendo honras, mujeres y extranjeros, echaron tierra al asunto en el juicio subsiguiente donde los culpables no fueron suficientemente castigados.


[1] Emilio Soler Pascual, Viajes de Jorge Juan y Santacilia

[2] El pleito contra Juan y Ulloa nace de esta división entre criollos y españoles, tal como se dice en el post número 13.

[3] Altitud medía 2.550 m. Coordenadas 2º 54´ 08” S, 79º 00¨19 “ O

 



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