Bendito Meridiano (5). Proceso a Jorge Juan y Antonio de Ulloa en Quito

BLOG - 28-09-2018

Bendito Meridiano (5). Proceso a Jorge Juan y Antonio de Ulloa en Quito

José María Sánchez Carrión

Dr. Ingeniero Naval

Socio de Honor de la Asociación de Ingenieros Navales

Académico de número de la Real Academia de la Mar

Presidente de la Fundación ingeniero Jorge Juan

28 Septiembre 2018 - Post nº 13

Juan y Ulloa habían llegado a Quito[1]  cuando la Audiencia era presidida desde 1728 por el noble madrileño Dionisio Alsado y Herrera y eran los tiempos en los que la ciudad, caracterizada por su extrema pobreza, se encontaba fraccionada en dos estratos sociales étnicos, donde la desunión y la discordia entre españoles (chapotones) y criollos se reflejaba en todos los estamentos y en el Cabildo en que formaban dos grupos enfrentados.  A partir del 25 diciembre de 1736 con la llegada del nuevo Presidente, el limeño José de Araujo y Rio, se recrudece la agresividad entre los dos grupos.

Entre los que apostaban por el nuevo presidente se encontraban el tesorero Garcia Aguado y el fiscal Juan de Balparda. El argumentario  de sus quejas frente a los partidarios del desgraciado Araujo[2]  que les catalogaban como hombres ruines al presidente (solo por el hecho de que) tenía un crimen gravísimo en su condición de americano, cuando realmente lo que defendían los españoles (chapetones) era evitar que con un alcalde criollo pudieran llegar a la Corte informes desapasionados.  Sin embargo, a pesar de tener mayoría de votos y perder la elección los españoles no podían disimular el aborrecimiento que sentían contra los criollos. El ecuatoriano González Suarez, diciendo que no perdían ocasión de ostentarlo con esa jactancia tan propia del carácter español.

Sólo habían trascurrido tres días de  la elección cuando Alsado denuncia a Araujo de pasar contrabando, denuncia que el Consejo de Indias resolvió a los tres años con la suspensión de su cargo. Sentencia que fue recurrida, pero el 3 de junio de 1743 con su destitución efectiva por El Oidor Rubio Arévalo quien le desterró y, dándole la opción entre el norte en la Plata o el sur en Tumbez, Araujo decidió este último destino.  El cesado presidente con licencia del Virrey del Perú marchó a la Corte y en 1747 obtuvo la revocación de sentencia y  absolución en la que se dice que era un buen ministro, íntegro, celoso y observante de las leyes, órdenes y cédulas de S.M. lo que venía a  concluir que era apasiondado, justo y seco, que se encolerizaba con facilidad, reñía son destemplanza  y no siempre dentro de los límites del decoro.

Al demandante, Alsado, que se encontraba en España desde 1737 le fue impuesta una multa de 10.000 pesos, incluidos 6.000 pesos de indemnización a Araujo, que no le impidió ser nombrado presidente de Panamá y Capitán General de Tierra-Firme.

Juan y Ulloa mantuvieron con Asaldo muy buenas relaciones que se truncaron con Araujo, y no fue por la altanería con que Ulloa se mantuvo en su enfrentamiento con Araujo, sino también por el carácter vehemente del presidente.

Los españoles habían puesto las velas destino Cádiz del Conquistador y la Invencible antes de recibir cuatro cajas con instrumentos astronómicos y cuadrantes comprados en París en 1735 y que fueron en el primer buque que recalase en Panamá y desde allí a Quito[3].

La relación de los instrumentos se encuentra en el documento “Memoria de los instrumentos de matemáticas y astronomía mandados hacer de orden del Rey Nuestro Señor, en París, y construidos por dirección de Mr. du Fay, de la Academia Real de Ciencias, con expresión de los artífices que los han hecho[4] y que son: un cuarto de círculo astronómico y un semicírculo fabricados por Langlois, una brújula de declinación y dos anteojos de larga vista, fabricados por Lemaire, una plancheta fabricada por Delure, un reloj de péndulo de segundo fabricados por Thiout, y dos telescopios, uno grande y otro pequeño[5].

Desde que Juan y Ulloa desembarcaron en Cartagena de Indias, no solo tuvieron que soportar incomodidades, transportes dificultosos, traspasar lugares inhóspitos o trabajos descomunales, también debieron soportar la apatía y desidia de los oficiales de las Reales de Cuentas que demoraban el abono de sus sueldos y gastos[6] en contra de lo estipulado en sus RR.OO.

Si los problemas de cobros fueron usuales en todos los destinos por los que pasaron fue a partir de Guayaquil cuando se multiplicaron, de tal forma que se vieron obligados a recurrir al Presidente de la Audiencia. Con Alsedo los problemas se resolvían de inmediato, cosa que no se mantuvo con Araujo, quien demoraba aún más esos abonos. Decía Ulloa necesarios para continuar nuestra comisión (..) y puede V.E. contemplar las escaseces que hemos padecido y pademos con la detención de estos sueldos[7].

Pero en Quito se incrementaron estas dicificultades ya que además, de no pagarles a ellos, se negaron a abonar el transporte en las mulas procedentes de Babahoyo[8] que se necesitaron para llevar los instrumentos. Se entabla un corre ve y dile con el transportista Juan Bautista, que pasaba de Ulloa a los oficiales reales y estos afirmaban que el tesorero no pagaba flete ninguno de cajones y que ocurriese a nosotros[9] y le satisfaríamos como que éramos deudores de los 20 pesos[10].

Dado que unos y otros porfiaban en no pagar, se recurrió al tesorero y García Aguado, después de una agria discusión, acabó diciendo que mientras el presidente no le diera la orden para pagarlo no lo haría.

De acuerdo con lo que señala Ulloa la discusión prosiguió delante de Pasarte de la siguiente manera:

─ Ulloa respondió ─ Cuando hay orden de S.M. no sirve la del presidente y ya que lo que manda es su intervención no su orden.

De una manera muy altiva contestó el Tesorero ─ que la orden de S.M. no servía para nada y que no la observaría, sino sola la del presidente[11].

─ Conténgase y diga porque las había observado antes en otras ocasiones.

─ Respondió en el mismo tono que ─ si la había hecho no lo haría más ─ y enfadado Ulloa de ver el poco respeto con que le hablaba tuvo intenciones de hacer algo con enojo, pero solo añadió que ─ hiciese lo que quisiese, que nosotros no omitiríamos en poner en la noticia de V.E y del Virrey su poca veneración a las reales órdenes.

La conversación fue subiendo de tono y Ulloa realizó cometarios inapropiados sobre la razón por la que se mantenía como tesorero cuando se sustituyó la presidencia y que no era otra que haberse ganado la voluntad de Araujo a base de regalos.

Ulloa, cansado de discutir con el tesorero, escribe el 30 de enero al presidente para que ordenase el pago del transporte. Esta simple carta enfadaría en sobremanera al presidente porque en el texto no le daba el tratamiento de Señoría[12]tratamiento que al parecer ya le habían dado ambos tenientes de navío[13].

La carta fue llevada personalmente por un criado de Ulloa y el presidente desde la cama donde se encontraba enfermo dijo:

─ Toma y dile a Ulloa que aprenda a escribir y tenga estilo, que a un presidente como yo se le habla de Vm sino de V.S.

Al conocer la respuesta Ulloa fue a su casa sobre las 11 a.m. para explicarle la razón por la que le daba el tratamiento de V.S., y decirle personalmente que se abstuviera de despachar de esa manera sus misivas. Con algún que otro gesto, que después reconocería como improcedentes, llegó a la casa de Araujo de forma impetuosa accediendo a la alcoba del presidente después de dos percances, uno verbal con el secretario y físico con uno de los criados que le decía:

 Deténgase Vm. que no puede entrar  mientras le paraba con las manos.

Hecho que Ulloa consideró indecoroso, empujó al mulato y entró en la alcoba mientras decía al presidente:

 ─ ¿Qué? ¡me vienes con esos términos a impedir la entrega!

─ Qué desvergüenza es esta mi casa y qué picardía entrar alborotando─ dijo Araujo.

 Castigar otra con que su mulato de Vm. se ha sobrepasado.

A esto vinieron el secretario y otros a porfiar con Ulloa cuál era la forma correcta de tratar al presidente:

─ Dígale señoría dijo el secretario ─ por ser Capitán General.

─ No necesito que nadie me enseñe como debo de hablar con cada uno. Al presidente no le tocaba señoría y que por Capitán General de esta provincia tampoco, mediante a no ser este empleo militar ni de guerra como los de España y Lima, y que solo era un nombre que por el Consejo de Indias se da a todos los gobernadores y presidentes─ contestó Ulloa.

La discusión duró mucho tiempo hasta que el presidente dio la orden de encerrar a Ulloa preso en su casa, debido a su consideración militar.

─ Vm. no tiene autoridad para ponerme preso ─ respondió Ulloa.

─ La prisión o que pasaría a mayor exceso─ le respondió el presidente

─Haga lo que gustare, pero que ínterin no me hace ver un título de Oficial militar o de Capitán General de Provincia pasado por el Consejo de Guerra. No le obedeceré.

Con la llegada del alcalde honorario Joaquín Lasso de la Vega, el presidente

─ En nombre del Rey le mando que le llevase preso a su casa.

─ Yo no puedo obedecerle ─dijo Ulloa─ y porque aquello sería menospreciar y ajar las Preeminencias que S.M. tiene concedidas a sus oficiales, que en estos parajes solo reconozco al Virrey de Lima por mi superior y por más inmediato a don Jorge Juan que era de mí mismo cuerpo y más antiguo que yo. Que le diese la queja y él me podrá preso y diera cuenta a Lima para que el Virrey determinara lo que le pareciera conveniente.

Pidió el presidente que mostrara sus preeminencias y los presentes, después que Ulloa leyera el texto de su patente, concluyeron que lo que S.M. mandaba era que se guardasen las honras, preeminencias y excepciones que tocaran sin señalar cuáles eran.

 

A lo que Ulloa altivo y chulesco añadió:

─Que si su carácter de Capitán General de provincia fuese empleo militar no ignoraría las preeminencias que tiene un oficial, pero si la quería saber envíeme a mi casa por las ordenanzas─ para añadir ─ La señoría de Vm. vale veintiséis mil reales en compensación (..) con que había servido al Rey en 1732 y se le acabará de aquí a ocho años; la mía vales mis méritos y me ha de durar toda la vida[14].

Ínterin duraron estas contiendas la mujer del presidente que se hallaba a su lado dio grandes voces, para querer dar su parecer en lo que se estaba diciendo, pero considerando Ulloa en balde su respuesta, no la recibió (y) hasta que cansado de oírla dijo.

─ Señora Vm. no se meta en hablar de esta materia, porque no es cosa donde puede tener voto, si Vm. fuese hombre como yo, sabría responder como lo hago con todos los demás─ con lo cual se contuvo y no prosiguió.

Para Larrie D. Ferreiro la referencia de Ulloa a los veintiséis mil pesos demuestra una cierta sintonia con las tesis de los chapetones de Balparda que había sido su anfitrión y posiblemente por la protección real a la expedición y a sus miembros, al menos los españoles, podían simpatizar con ellos[15].

Más, el enredo no acaba aquí, sino Ulloa con Lasso fueron a revisar las ordenazas, pero siguieron porfiando, uno que el presidente que era no señoría y que él no renunciaba a su fuero militar y el otro que estaba preso.

No puedo obedecer decía Ulloa una y otra vez a quien no reconozco como superior─ al tiempo que pensaba que había que avisar a Juan, que estaba fuera de Quito, para que hablase con el presidente de la Audiencia.

La conversación entre el presidente y Juan se desarrolló en idénticos términos

─Ya veo que Vm.es del mismo parecer que su compañero y juzgaba que no ─ dijo el presidente.

 Soy de la opinión de lo que juzgo razonable  respondió Juan.

Sin llegar a un consenso, el 31 Juan y Ulloa fueron a casa de Balparda y recibieron una invitación para que se alojasen en el convento y a punto de entrar un mestizo se abalanzó sobre el segundo, echándolo por tierra para impedirle su entrada. Reproducimos textualmente la narración que hace Ulloa de lo sucedido a continuación:

y viendo don Jorge esto, sacó su espadachín y le dio una estocada, a cuyo tiempo llegaron diferentes mestizos, negros, blancos con espadas, broqueles, pistolas, esmeriles, sables y otras armas y habría, según el tumulto, hasta cien personas. Chocaron todos con don Jorge y agarrándome a mi otros dos de ellos me llevaron a la pared de enfrente, a donde llegaron el secretario del presidente y otro, cada uno con una pistola faldriquera montada, y poniéndome las bocas sobre el pecho, me dijeron que al menor movimiento dispararían y que mirara que lo hacían porque tenían tal orden”.

En la pelea Juan hirió a un mulato[16], pero ambos pudieron refugiarse en el convento donde Ulloa pudo oír al presidente que:

“dando voces y animando a la gente para que asaltasen aquí y vivo o muerto me llevasen a la cárcel de la Corte, dónde tenía dispuesto fuese la prisión y que se asegurasen con todos los grilletes, como se hace con un bandolero alevoso o monedero falso y que así mismo había mandado sacar de la cárcel unos grilletes, y que en medio de la plaza me los pusieran”.

Posteriormente la casa fue embargada, les robaron instrumentos, mapas, tiendas, ropa y objetos personales. Las posiciones estaban estancadas, las huestes de Araujo no podían entrar en el convento, y los españoles no podían salir sin ser detenidos. Después de una semana, el 7 de febrero a las dos de la madrugada Juan, como oficial más antiguo, se puso de camino a Quito para explicar al Virrey, con el que, por cierto, había navegado en el Conquistador, su versión de los hechos. Después Villagarcía dispuso que Juan retornase a Quito y que le devolviesen todo lo embargado para poder continuar con su trabajo.

Finalmente, y como se dice en otro lugar, el pleito acabó en aguas de borrajas en donde el Consejo de Indias dio palos a las partes.

Todo lo anterior Antonio Ulloa[17] solo señala que Juan se había ido a Lima a resolver ciertas diferencias que habían surgido con el gobernador, acompañado, en secreto, por La Condamine a negociar varias letras necesarias para el subsidio de la compañía, frase que muchos interpretan que fue a vender los géneros de contrabando que no había podido colocar en Quito.

Jorge Juan y Ulloa salieron de la casa alrededor de las 2:30 pm del día de vuelta del primero y, mientras caminaban por la plaza principal, fueron interceptados por una banda abigarrada de milicianos armados con espada y pistola que  iban a detener a Ulloa. Este fue agarrado por algunos milicianos y el secretario lo tiró de él contra una pared.  Entonces, dijo Ulloa, "el secretario cerrado en mí y tirando de una pistola de su bolsillo, y empujó su cañón contra el pecho, diciendo que al menor movimiento iba a disparar; ya que eran sus órdenes ".

Juan, un combatiente experto y veterano de muchas batallas contra hordas de corsarios, sacó su espada y su pistola. Los milicianos mal entrenados y sin experiencia en combate real no tenían ninguna oportunidad contra él. Juan hirió a dos hombres, incluyendo el secretario de Araujo (que más tarde moriría). A partir de entonces los oficiales salieron corriendo a buscar refugio en el seminario jesuita.

Un año después de los incidentes de Juan y Ulloa, el Fiscal del Consejo de Indias juzga la actuación de Ulloa y estupefacto ante su acusación velada de que la Corona hubiese podido prevaricar al vender los cargos sin examinar las cualidades del aspirante, dictaminó que era favorable a abrir un proceso judicial, repatriado a España y juzgado ya que lo único que podía esperarse eran alteraciones de orden público[18]. Los franceses presionaban para que aquel asunto se solucionase, y por fin al Oidor en 1740 se le ordena que averigüe los hechos y se proceda contra ellos y se les imponga la pena correspondiente. Dice Nuria Valverde que “aquellos jóvenes de veinticinco y veintidós años, respectivamente, habían dejado que sobre su nombre recayera un machón que difícilmente podría borrarse”.

Aquel año se oían tambores de guerra si realmente Inglaterra la declaraba en la Secretaría de Marina clasifica la posible insubordinación como asunto irrelevante y advirtió que deberían estar vigilados por si cometían alguna nueva torpeza.

Dentro de la documentación relevante del proceso, resalta en una de las cartas que me remitió Rosario Die[19], ciertos comentarios relacionados con los votos que pudiera haber profesado Jorge Juan en la Orden de Malta y en particular el referido a la castidad. En la carta del 5 de febrero de 1737 en la que Juan y Ulloa dicen:

 “…. además de este fundamento tengo yo Don Jorge Juan la excepción de ser de la Orden de San Juan y como tal exento de las Justicias Reales como verdadero religioso, y esta orden no se haya contenida en la Ley de Indias que da el conocimiento de causas criminales a los Jueces Reales contra las demás órdenes militares, pero no contra la de San Juan por sus particulares prerrogativas y, aunque en ella sea novicio[20], el que lo es en cualquiera religión goza de los fueros de ella y no pueden entender en sus causas los jueces lego[21]


[1] Conviene recordar que, aunque Quito en aquellos años era parte del Virreinato del Perú ahora es la capital de la República del Ecuador. En los textos que últimamente he consultado llegado al convencimiento que los ecuatorianos se encuentran orgullosos la expedición realizara sus mediciones en una parte de su territorio. Tal vez tengamos que reprogramar lo de expedición geodésica al Perú” cambiándolo simplemente por “expedición geodésica a Quito”.

[2] Francisco González Suárez no disimula a lo largo de su obra su, digámoslo con su mismo lenguaje, aborrecimiento todo lo español. En sus tomos reboza ese resentimiento y achaca esta animadversión de Alsado contra Araujo es consecuencia del origen mestizo del segundo.

[3] Larrie E. Ferreiro, Measure of the Earth.

[4] Los párrafos o frases en cursiva están copiadas textualmente del texto de Ulloa.

[5] BMNM, Ms 17.619.

[6] Estos pagos estaban así regulados en las RROO de sus nombramientos.

[7] Explica Ulloa por una extensa carta que escribe a Patiño el 12 de febrero de 1737, AGI, Quito, núm. 133.

[8] Larrie E. Ferreiro, Op. Cit, señala que dicho importe era de 20 pesos y que el secretario llamado Garcia Aguado se había negado el abono por orden de Araujo.

[9] Juan y Ulloa.

[10] Federico González Suarez, Op. cit.

[11] Las palabras en cursiva corresponden a lo literal, salvo algunos cambios gramaticales, a lo señala Ulloa en la carta mencionada que Guillen señala en su transcripción completa que es doblemente interesante, no solo por la meticulosidad con que relata los hechos, sino porque se encuentran como son los Informes del Consejo de Indias (6-V-1734) sobre la autorización a los académicos. Otro (12-VI-1734), acueroo a nombrar a nuestros amigos para acompañar a los franceses, textualmente: a asistir con los tres científicos, etc (4-I-1735); nombramiento (1-IV-1735).

[12] Cuando Ulloa escribe a Patiño su carta de defensa, señala que no lo había hecho por no corresponderle por el empleo de presidente, ni tener mando de tropa.

[13] La carta de donde están sacadas estas conversaciones es interesante y extensa carta[13] de más de 19 páginas en la que le hace al ministro una cronología de los hechos, suponemos escrita como plego de descargo en el procedimiento, pero con una excesiva meticulosidad, enrevesada, grandilucente y prosopopeya que hace cansina su lectura.

[14] Federico González Suárez[14]  en Op. Cit. pág 115 desfigura lo acontecido al decir que un Ulloa encolerizado faltó el respeto a Arujo con esta frase.

[15] Julio F. Guillen es contrario esta información, sacada de Federico González Suárez, cuando desmonta este comentario, aduciendo que posteriormente Ulloa se casaría con una limeña.

[16] Larrie D. Ferreiro en la pág 124 de su Measure of the Earth” dice textualmente: saying that at the least movement he would fire, as those were his orders.” Jorge Juan, a skilled combatant and veteran of many battles against hordes of corsairs, drew his sword and pistol. The militia, ill-trained and with no real fighting experience, stood no chance against him. Jorge Juan wounded two men, including Araujo’s secretary (who later died from his wounds).

[17] Ulloa no lo relata en Relación histórica, pero Julio Guillen señala que se incluye en las memorias de La Condomine.

[18] Nuria Valverde, Un mundo en equilibrio… OP. Cit.

[19] Biblioteca Nacional de Chile, MC0027826.

[20] El subrayado es actual.

[21] Correspondencia con Rosario Die el autor referidas a comentarios de la obra Jorge Juan Santacilia, de "pequeño filósofo" a "Newton español", pp. 68-69., de la que son autores Armando Arberola y Rosario Die.

 



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