Espías y Traidores (10). Jorge Juan y el arte de la fuga

BLOG - 29-11-2019

Espías y Traidores (10). Jorge Juan y el arte de la fuga

José María Sánchez Carrión

Dr. Ingeniero Naval

Socio de Honor de la Asociación de Ingenieros Navales

Académico de número de la Real Academia de la Mar

Presidente de la Fundación ingeniero Jorge Juan

29 Noviembre 2019 - Post nº 27

 

1. El arte de la fuga

El arte de la fuga es una obra inconclusa de Bach acerca de las técnicas del contrapunto jugando con todos los recursos de la polifonía barrocas. Se compone de quince fugas (la última incompleta) compuesta posiblemente entre 1738 -1742 y, como no dejó instrucciones acerca del instrumental, ha dado lugar a muchas interpretaciones. La operación de espionaje pudo haberse llamado de esta manera, ya que en nuestra opinión no se obtuvieron todos los objetivos señalados en la Instrucción Reservada.

 

Había que evacuar técnicos y familiares de forma sigilosa, además de telares y otros equipos adquiridos. La planificación de la evasión provocó serios problemas logísticos. La pieza principal, Richard Rooth, iba demorando su salida: el acabar una fragata, el cobrar una serie de deudas, una inoportuna enfermedad o la venta de sus pertenencias personales retardaron durante meses su salida. Juan, en una carta de 21 septiembre de 1749, confirma que los telares irán en pequeñas remesas en buques españoles a Vega o Ribadeo, y en cuanto al personal que se embarque prefiere hacerlo a Oporto, mientras que Rooth pasará por Francia para garantizar mejor su llegada a España. Ensenada, a últimos de mes, le reitera la urgencia de que empiecen a llegar a Ferrol, porque los planes se están retrasando, y en cuanto a la idea de pasar por Francia, aunque es menos arriesgada, habrá que tener la seguridad de que no se detengan ni vayan a quedarse trabajando en los astilleros de aquel país.

 

Por fin, el 2 de octubre, mediante carta cifrada, avisa de la inminente salida de los oficiales de carpintería y maestros de lona y jarcia, y para evitar problemas idiomáticos ya en tierra, que podrían acabar en el cónsul inglés, Juan envía de intérprete al teniente de navío Diego Morgan, “que se halla [en Inglaterra] con licencia a dependencias de sus intereses de familia”. Pero entre tanto Rooth sigue con su fragata, y aunque ha vuelto a chantajear exigiendo 400 libras para gastos, se ha conformado con 200. Parece que nadie había relacionado la salida de operarios, por lo que la marcha de Rooth de Inglaterra sería el punto culminante de la operación. Nuevamente la cautela iba a caracterizar la evasión, ya que si su salida era descubierta, la misión alcanzaría su máxima vulnerabilidad. Ante tales circunstancias se opta por una fuga escalonada y por diversas rutas a fin de no levantar sospechas. Todos los técnicos que pudieran salir antes que Rooth embarcarían en mercantes ingleses con destino a Oporto.

 

Los primeros en salir, desconociendo realmente su destino final, fueron Sayers y Clark y lo hicieron el 23 de octubre a bordo del navío Gres Hill con destino a Oporto, desde donde pasarían a Ferrol. Por otro lado, Lahey,  Knight y Cunnigham viajarían también a Oporto, donde estará esperándoles Morgan. El viaje por tierra se haría por Santiago, donde se alojarían en la casa del padre Kenney, capellán del hospital de irlandeses de dicha ciudad. Un nuevo embarque se hace el 3 de diciembre, el de los dos oficiales de  Rooth, Jaime Hewett y John Harris, a bordo del navío HumbleServent, a los que Juan tuvo que prometer una mejora, sin concretar cifra, de sueldo. El 31 de diciembre Rooth sale para Dover para pasar el Canal y reunirse con Mullan, Huet y Pepper en Boulogne-sur-mer, donde le esperan para pasar a España vía París y de allí a San Sebastián.

 

A partir de aquí, la misión de Juan asume riesgos crecientes. Un primer contratiempo será la muerte de Henry Sayers el 25 de marzo en Santiago “después de haber padecido un fuerte tabardillo de costado”. Además de su sustitución, su angustiada viuda todavía en Inglaterra, suponía un constante riesgo de delación. Aunque más grave será el hecho de que sea el propio Juan quien deba abordar, sin demora, directamente a Bryant. La repentina salida de personal levanta en Birth sospechas, pero no se toman acciones. Las mujeres de los constructores quedan desprotegidas, pero finalmente son embarcadas. Aquí fallan los servicios de contraespionaje inglés porque hacía meses que el Almirantazgo había dado la orden “de que no permita entrar ningún extranjero en los arsenales”[1]. El revuelo llega a la embajada española y Wall le escribe a Ensenada a finales de 1749, entre sigiloso e irónico, hallarse “noticioso de cuanto se hace en esta ría, lo que le cuesta algún resfriado”[2]. Si seguimos la narración de los hechos que hace Solano, el resfriado debe entender que los sufre este.

 

Es una pelea familiar en casa de Bryant, y su posterior denuncia a Birth, la que desencadena que el duque de Bedford ordene el arresto del padre Lynch, cuando acudía a decir misa el domingo día 12. También Morris, encargado de llevar a las familias a Ferrol, había sido apresado, y no sólo él, sino toda la “demás gente que encontraron en su casa”. Ante estas capturas, y aprovechando que “no hubo entonces orden para prender a las mujeres que yo no había aún por pereza podido sacar del río”, y el riesgo de ser desenmascarado, Juan optó por salir de Inglaterra disfrazado de marinero a bordo de un mercante español[3], pero no lo hizo hasta poder “embarcar a las mujeres y familia de aquellos, con tanto suceso que llegaron felizmente a Francia”. Dentro de la redada de personas, y a las que Juan pone tan pocos nombres, aparece un tal Mr. French que acompañaba a Lynch a misa y que le estaba terminando un modelo de una máquina para sacar lodo.

 

2. Secuencia de huida

José Solano en sus memorias atribuye, sin dudarlo, el mérito de haber escapado de Inglaterra al embajador Wall:

Una mañana muy temprano los sacó [Wall] de la cama y de la casa inmediatamente, con el pretexto de dar un paseo e ir a almorzar a un salón público, pero luego que llegamos al puente de Londres se nos desapareció, pero sin duda dejó el secreto a don Jorge Juan, quien con los dos alumnos tomó un coche de alquiler, luego le dejó, y habiendo llegado a pie a una casa de postas, tomó dos sillas; en una entró y dijo a Solano que le acompañase, y en la otra entró Mora. Pero luego que llegaron a la ciudad de Canterbury se apeó, dejando sus instrucciones de palabra a Solano, y en billetes de banco una cantidad; éste con su compañero tomaron una silla de postas y continuaron hasta Dover, de donde, sin la menor dilación, pasaron a Calais”.

 

Por su parte, Juan volvió a Londres desde Canterbury, donde llegó al amanecer del día siguiente, y se ocultó en casa del transitario que había realizado el embarque del personal. Juan tranquiliza a Ensenada con sus camuflajes ya que: “En cuanto a guardar secreto, y llevar con disfraz todas estas cosas puede estar seguro, pues aquellos de que me valgo los tengo tan interesados como yo propio”[4].

 

Embarcado de incógnito de marinero en el Nuestra María de Santoña en Calais, donde está del 12 al 25 de abril, llega a Boulogne-sur-mer (a la que llama Bolonia), desde donde escribe a Ensenada los últimos acontecimientos vividos en Londres por un incidente familiar de la mujer de Bryant, Ana, con dos sobrinos que desemboca en la salida precipitada de la expedición y cómo logra burlar a los secuaces del duque de Bedford. Informa que las mujeres de los constructores y dos mozos parientes (debe ser el hermano de Richards y el hijo de Mullan) se encuentran escondidos en Bolonia, hacia donde partirá el 25 de abril de 1750 para enviarles desde allí a Ferrol. La operación había sido un éxito, ya que el 15 de marzo de 1750 escribe Rooth a Ensenada desde San Sebastián que ha llegado “in Company with Mr. Mullan, Mr. Pepper, oneofmyMen, myWife& 2 Servants”[5]. Es el mismo día en el que Juan firma con Bryant su contrato.

 

Ya con Rooth en tierra española, Ensenada[6] le comunica que el rey ha pedido que antes de contratar formalmente a nadie, que esté seguro de su profesionalidad, saber y fama entre sus semejantes. Tiene el marqués, por otra parte, experiencia en extranjeros contratados que parecen olvidar lo que saben una vez nombrados oficiales españoles.

 

Por ser suficientemente aclaratoria, incluimos el resumen que Juan presenta al marqués de la Ensenada de ellas:

“Dice que el motivo de haberse descubierto en Londres que solicitaba y enviaba a España constructores y otros maestros fue una quimera de la mujer de uno de los primeros (Bryant) con dos sobrinos suyos, a quienes echó de casa y estos en venganza fueron a declarar que lo sabían a Mr. Birth, a quien tenía muy ofendido la falta del constructor Bryant.

De esto resultó que, informado el duque de Bedford, dio órdenes para prender al clérigo de quien se había servido don Jorge y a todos los que se creyeron cómplices, y entre ellos el que estaba construyendo los modelos, que se le habían pedido para sacar lodos, y también al capitán del navío que debía llevar a las familias a Ferrol.

Que la fortuna de no haberse dado al mismo tiempo orden de asegurar las mujeres que aún no había sacado del río, le dio tiempo a conseguirlo al día siguiente, y con nombres diferentes [desconocidos hasta el momento] dispuso se fuesen a Francia, tomando él el disfraz de marinero, y embarcándose en un navío bilbaíno del capitán Antonio del Hoyo.

Que a la salida del río fue examinado tres veces este navío por los guardas, y estando ya fuera se vio obligado a aparentar otro rumbo del que debía llevar, por no dar cuidado a un navío de guerra que encontró.

Que la mañana siguiente llegó a Boulogne-sur-Mer, donde ya estaban las mujeres de Rooth, Mullan, Pepper y Sayers después de haber sido examinadas en Dover, de donde escaparon con maña acompañadas de dos oficiales del segundo.

Que las mujeres de Bryant y Richards, amedrentadas del descubrimiento, no quisieron seguir a las otras y se fueron a su tierra; y para que vengan, en caso de no tener ninguna desgracia, es del parecer de que sus maridos les escriban del buen trato que se les da, pues sobre esto había tenido que vencer con algunas quitándolas el miedo de que estaban preocupadas.

Que el que ha salido peor de este trance, además del clérigo, es Rooth, a quien habían embargado su vajilla de plata china, un navío y todos los muebles de su casa; pero que ha escrito a Wall diciéndole que le había adelantado 900 libras esterlinas, cuya conducta le ha gustado por considerarla honor de la nación.

Que en cuanto a las otras familias se enviarán a Bilbao en un navío español, a cuyo corregidor será menester dar orden las dirija a Ferrol.

Que por lo que a él toca y a los guardiamarinas [Solano y Mora] que le acompañan no le parece [prudente] volver a Londres, a menos que no sea con gran secreto o nuevo pretexto; pero siempre habría un riesgo.

Que lo que le faltaba era la remesa de aquellas mujeres y la de los instrumentos que se estaban fabricando.

Que lo primero lo haría dentro de 8 o 10 días por mar, a lo cual ya estaban convencidas las mujeres; y lo segundo se efectuaría mediante la providencia que él mismo haría, mandándose a don Miguel de Ventader que entregue el dinero que él le previniese”.

 

La carta sugiere que si se debiera volver a Londres sería más seguro que fuese Ulloa, que sería menos sospechoso, y que en todo caso él iría a París a comprar libros para la Academia de Guardiamarinas, y que si no hay orden de embarque de los guardiamarinas en Dunkerque sugiere le acompañen a París para seguir con su formación. El propio Solano, en sus ya mencionadas memorias, dice: “De Calais fuéronse a París, donde Solano y Mora se detuvieron por espacio de cuatro meses paratomar lecciones de física experimental con el abate Noel”.

 

Jorge Juan, José Solano y Pedro Mora, una vez que todos los ingleses han partido por mar o por tierra, marchan a París. Nadie esperaba en Ferrol a los españoles. Los ingleses podrían empezar sin demora las construcciones con su sistema, tecnología y conocimientos. Cuando Juan vuelve a España en los arsenales ya han sido distribuidos y trabajan los tres constructores, casi medio centenar de técnicos y algunas decenas de cualificados operarios de la maestranza. Sus ayudantes habían quedado en París y llegarán a España por Cataluña después de haberse detenido en Lyon dos semanas para visitar sus fábricas, y otro tanto hicieron en Nimes, visitar canales, diques y navegar por el canal de Languedoc y Perpiñán[7]. Cuando llegan a España, Solano es reclamado por Jorge Juan para que le ayude en las obras de la dársena de Cartagena, paralizadas por la súbita aparición de un manantial de agua dulce que no podía pararse, ni continuar la obra sin iniciar una canalización hasta la Algameca Chica. Pero no es esta primera colaboración de Solano con Juan. Se tiene constancia de un segundo viaje de Solano a París, donde hace un curso de química y otros experimentos conducentes, como sólidos principios para perfeccionarse en esa ciencia y sus consecuencias. Lo sorprendente es que el curso lo impartiera el belga Bowles que, llamado por Juan, sería destinado a las minas de Almadén y trabajaría con él. Pero no acaban aquí las “coincidencias” ya que, antes de viajar a Orinoco para medir el meridiano y fijar los límites de España y Portugal, como consecuencia de la actualización del Tratado de Límites de Tordesillas, el plano que se incluye en el supuestamente realizado por Maldonado. Solano tiene también que aplicar sus conocimientos aprendidos en su hégira jorgejuanesca cuando es destinado a limpiar para la navegación fluvial el Tajo, pilotando la embarcación real y acompañando a Ulloa y a otros ingenieros que evaluaron las posibilidades de hacer navegable el tramo de Aranjuez a Toledo.

 

A pesar del peligro sufrido en la huida, Juan, a requerimiento del Rey, envía a Ensenada un informe desde Boulogne-sur-Mer señalando su Plan de Defensa de la Carrera de Indias, basado en sus experiencias vividas durante la expedición geodésica. Es el 4 de julio de 1750 cuando Juan envía su contestación, sin haber recibido toda la documentación[8] y una vez recibida, al parecer en Ferrol catorce días  después, Juan valora la estrategia inglesa de conseguir el control del puerto en la costa de Chile y los de Portovelo y Panamá a fin de cerrar el comercio español y las pérdidas que esto supondría para España y que se transformarían en beneficio para Inglaterra con la pérdida del control del astillero de Guayaquil, único que se disponía en los Mares del Sur.

 

Pero Juan no solo analiza esta situación, sino que expresa su honda preocupación por la pérdida de La Habana, constantemente amenazada por los ingleses, quienes conociendo “ser la más fructífera (Era) el paraje más propio y conveniente para proteger el comercio del que la posee y destruir el del enemigo[9].Este comentario fue dicho con la idea de llamar la atención en la Corte sobre lo desastroso que sería la pérdida de Cuba, comparable con la pérdida del control de los Mares del Sur. Opinión que trascendió y cuyas consecuencias pasaron factura a la Monarquía española, ya que se descuidó la defensa de la isla que cayó en manos inglesas una década después[10]

Manuscrito de la última página de la fuga del Arte de la Fuga de JB Bach


[1] AGS, Amarina, leg. 233. Esta información también la hace propia José Solano en su biografía.

[2] AHN., Estado, leg. 4277.

[3]José Luis Morales Hernández, Jorge Juan en Londres.

[4] MNM, Ms. 812 y AGS, Marina, leg. 233.

[5] AGS. Marina, leg. 234.

[6] La carta tiene fecha de 9 de marzo, pero es posible que ya hubiese sido informado del paso por la frontera.

[7]José Luis Solano Rodriguez de Viguri. José Solano y Bote. Primer Marqués del Socorro. Teniente General de la Armada.

[8]Magdalena Martínez Almira; Comercio y moneda a través de los informes y memoriales (1760-1773). La Actividad de Jorge Juan en la Junta de Comercio y Marina. Obra colectiva de Alberola, Mas Galvañ y Die Maculet“Jorge Juan Santacilia en la España de la Ilustración”.

[9] AGI, Indiferente, leg 1631, ff 21.-23

[10] Pag 334, pp30 del mismo libro



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